viernes, 30 de septiembre de 2016

Sudores de la España húmeda


Los meteorólogos lo llaman "clima confort" porque las temperaturas no suelen ser extremadas, pero muy confortable no es, la verdad. Cuando brilla el sol y sube un poquito el termómetro, uno suda por todos los poros del organismo. Y si por casualidad nos ponemos a menos de diez grados centígrados, hay que abrigarse como si hubiese nieves perpetuas. Es lo que tiene la "España húmeda", la España anfibia, la costa brumosa de la sardina y el centollo.
Yo debería estar acostumbrado, porque me nacieron aquí un lejano día del mes de julio; pero mi pellejo ha perdido la memoria y se ha adaptado a la España Seca, la de los veranos tórridos, el viento del Sahara y el cambio climático.  
Escribo estas líneas en "mi" habitación de Gaztelueta entre sudores matutinos. Al otro lado de la ventana abierta oigo la galopada de los niños que llegan al cole gritando como abejarucos en vuelo. Al fondo, el mar y las nubes se funden en gris y borran la línea del horizonte. La temperatura exterior ha superado ya los 17 grados, "un calor insoportable", según Itziar.
Anuncian los augures que lloverá esta tarde y que, como rosas de otoño, florecerán en Las Arenas los paraguas de colores. Termina el veranillo de San Miguel y mis paisanos pasarán el finde comiendo palomitas frente a la tele, para asistir en directo al combate de la calle Ferraz.
Oigo en la radio que el otoño viene caliente, pero esta vez los expertos no habla de los campamentos de refugiados, de los que huyen de la guerra, de las pateras que surcan el Atlántico en busca de la tierra prometida, del viaje del Papa a Georgia… Son otras calenturas las que nos entretienen estos días.


miércoles, 28 de septiembre de 2016

Al padre Jacques Hamel


El mártir



Querido Jacques, aún conservo en el cajón de mi escritorio el periódico del 27 de julio, que dio la noticia de tu muerte. Tu fotografía ocupa por completo la portada. Llevas los ornamentos litúrgicos para la celebración de la Eucaristía: el alba, la estola, la casulla. Tu rostro, sereno y cercano, invita a confiar en ti. Eras un anciano de 89 años que no se resignaba a abandonar la tarea para la que Dios le había llamado.
—Los sacerdotes no se jubilan —respondiste en cierta ocasión—. Por eso, cuando te relevaron de tu de tu cargo pastoral por exigencias de la edad, seguiste colaborando con un nuevo párroco y sustituyéndolo siempre que fue necesario.
El día de tu martirio te levantaste temprano para abrir las puertas de la iglesia. El titular de la parroquia estaba ausente y te tocó decir la Santa Misa. Se celebraba la memoria de San Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen María y patronos de los abuelos. Quizá pensaste que tú también eras una especie de abuelo; era tu día y tenías derecho a festejarlo.
Poco antes de las diez te revestiste para renovar sobre el altar el Sacrificio de la Cruz. Al ponerte el alba tal vez recitaste la antigua oración que se recomienda a los sacerdotes para ese momento:
Dealba me, Domine, et munda cor meum…, "purifícame, Señor, y limpia mi corazón, para que, lavado por la Sangre del Cordero, pueda gozar de las delicias eternas".
Los mismos gestos de siempre, quizá cada día más pausados. Aún no sabías que "la Sangre del Cordero"—de Cristo Redentor—  se derramaría con la tuya en el presbiterio de la iglesia y que aquellas vestiduras blancas iban a ser tu mortaja.
Un conocido columnista escribió hace años que los mártires siempre lo son "por casualidad" ya que ninguno busca voluntariamente ese final para su vida. Tenía razón; pero también se equivocaba cuando añadió que, en realidad, todos los santos alcanzan la santidad sin pretenderlo. Los santos deben ser humildes —afirmaba— y proponerse una meta tan alta implicaría un grado de soberbia incompatible con la propia santidad.
El autor de aquel artículo seguramente pensaba que la santidad es una suerte de "culturismo espiritual" como la de esos presuntos atletas que se pasan la vida en el gimnasio hasta lograr un cuerpo pluscuamperfecto y unos músculos lustrosos para exhibirse ante el espejo.
Tú sabes muy bien, querido Jacques, que la santidad es algo bien distinto. San Josemaría Escrivá lo expresaba así en un punto de Camino: "Jesús, que sea yo el último en todo... y el primero en el Amor".
Los santos son eso: almas enamoradas de Dios. Y en esta olimpiada en busca del amor más grande ninguno se conforma con la medalla de plata. También luchan por crecer en virtudes y por combatir sus defectos, pero cuanto más cerca están de Dios, más pequeños se ven y más necesitados de su misericordia. Y es que, como escribió Benedicto XVI, la santidad consiste en hacerse amigo de Dios y dejar que Él obre en el alma.
Eso es lo que tú buscabas desde aquel 30 de junio de 1958 en que recibiste la ordenación sacerdotal; casi sesenta años "desviviéndote", para vivir otra vida, la de Cristo, presente en cada una de las personas que acudían a ti: jóvenes y viejos; católicos y no católicos; cristianos y musulmanes…
Luchabas por "desvivirte" gota a gota, minuto a minuto, hasta el final de tus días, porque del amor uno nunca se jubila. Era tu deseo, y  Dios te lo ha premiado con la medalla de oro del martirio. ¡Enhorabuena! Ya puedes hacer tuyas las palabras que escribió San Pablo a Timoteo, su mejor discípulo, antes de ser ejecutado:
—"He peleado un buen combate, he terminado la carrera, he sido fiel. Sólo me espera la corona del triunfo que Dios me otorgará como justo juez."


domingo, 25 de septiembre de 2016

En casa de Carlos y Marta

 Algete verdea al norte de Madrid
Es evidente que voy perdiendo facultades. Ayer, sin ir más lejos, fui a Algete para bendecir la nueva casa de Carlos y Marta. Me invitaron y me hizo muchísima ilusión. Lo llevaba todo preparado: el ritual, la estola, el hisopo y ese aparatito que todos portamos en el bolsillo, al que llamamos móvil y sirve incluso para hablar por teléfono. Yo pensaba sacar unas fotos, pero se me olvidó. Me dije que bueno, que la cosa no tenía mucha importancia; bastará con poner en el globo una breve crónica del evento; pero al tratar de recordar los nombres de los niños, me di cuenta de que los había olvidado. La culpa, pensé, es de Marta, que sigue tan guapa como el día de la boda y quizá me deslumbró un poco; pero esto no debo ponerlo en el blog. Quizá fue la hija mayor, ¿cómo se llamaba? Tiene 15 años y quiere estudiar comunicación audiovisual, que no sé lo que es, y de paso matricularse en el JANA, la conocida escuela de artes escénicas. María (eso es, se llama María) es la mar de simpática y encima tiene buen gusto, ya que me pidió que le dedicara un libro mío que todavía no ha leído (por eso digo que tiene buen gusto). Lola, no. No me pidió nada y estuvo todo el rato callada, quizá porque es la pequeña de la tribu y le daba cosa hablar con un cura. Luego estaba la tercera, cuyo nombre he olvidado, aunque no su cara, que quería irse a jugar con sus amigas; y los dos chavales, que son clavados a su padre…
Ya veis, ni siquiera se redactar una crónica decente. A Carlos, el padre de familia, lo conocí hace veinte años más o menos, cuando lucía una espesa pelambrera rizada tipo afro. Ahora está como entonces, pero tiene lisa y canosa la azotea. Me cuenta que no tendrá más remedio que sacarse el permiso de conducir (ya va siendo hora), porque vive en el campo y Madrid está a quince o veinte kilómetros.
De vuelta a casa, me pregunto por qué pasarán tan veloces las décadas a pesar de lo mucho que nos esforzamos por detener el tiempo.
—Está usted igual que el día en que nos casamos —me dice Marta—.
Qué bien mienten las chicas guapas, ¿verdad?


miércoles, 21 de septiembre de 2016

Aprender cosas viejas

Betanzos 
Me pregunta Kloster si he aprendido algo nuevo en esta convivencia.
—¿Algo nuevo?, supongo que sí, pero lo importante es aprender cosas viejas, ésas que uno creía conocer muy bien. Hay que descubrir pequeños tesoros que estaban escondidos en algún rincón de la memoria y que no supimos valorar a tiempo. No es tal fácil como parece, porque somos vanidosos y cuesta admitir que la estupidez y la arrogancia son vicios paralelos que crecen con los años. Corremos el riesgo de que las grandes palabras, los conceptos más sublimes salgan de nuestros labios cubiertos de polvo, adormecidos por la rutina, y que al oírlos ya no nos emocionen ni penetren hasta sonar en el fondo del alma, como piedra en el pozo.
—Vale, vale… Entonces ¿aprendiste algo nuevo o no?
—Sí, algo muy viejo. He aprendido que, para entender al mundo y a las personas, es imprescindible pensar con el corazón. Este mundo seguirá siendo un misterio y un lugar peligroso para quien no lo contemple desde el corazón de Dios.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Las avispas chinas nos invaden


Estoy en Galicia, tierra de meigas, de bosques umbríos, de magos ilustres, de gaitas melancólicas, de leyendas ancestrales, de enormes poetas y de castañas.
Llegué hace tres días a Montecelo, un viejo pazo rehabilitado que sirve como casa de convivencias en la región. Comparto mi estancia con otros diecisiete sacerdotes, la mayor parte de la zona, y aprovecho la coyuntura para leer la prensa local, que siempre es más interesante que la nacional. Hoy me sorprende el siguiente titular:
Una plaga de avispas chinas amenaza la producción de castañas en Galicia.
El diario informa a continuación de que una plaga de avispillas asiáticas, pequeñas pero letales, ha invadido nuestro espacio aéreo con las peores intenciones. Las intrusas ponen sus huevos en la corteza de los castaños y, aunque no matan el árbol, impiden la floración y limitan drásticamente la producción de castañas. Como además se llevan fatal con nuestras laboriosas abejas domésticas, las atacan sin piedad y bombardean los panales hasta poner en fuga a sus habitantes. Lo mismo ha ocurrido, al parecer, en Francia, Italia y Chequia.
Ante la amenaza, los paisanos de la región han ensayado diferentes armas:
  • la quema no dio resultado. Al contrario, las avisas se dispersaban y multiplicaban sus nidos.
  • La fumigación tampoco ha funcionado, ya que las invasoras se protegen dentro de una agalla en forma de larva.
  • Algún astuto campesino observó que a las avispillas foráneas les encanta la cerveza negra (palabra de honor) y trató de eliminarlas colocando en el campo algunos cuencos con este preciado brebaje. Fracaso total: las avispas caían en masa, pero las abejas de aquí tenían idénticos gustos y se ahogaban en la misma trampa.
Total, que hasta hoy no se ha encontrado un antídoto eficaz contra la plaga. Ahora la conserjería correspondiente trata de contraatacar con otra avispilla local y espera que el enfrentamiento entre las dos especies nos lleve a la victoria. Ésta es la noticia tal como aparece en la prensa. Yo, por mi cuenta, he tratado de completar la información Interrogando a algunos líderes de los distintos partidos; hay posturas encontradas:
  • Los populares afirman que mientras siga el bloqueo de los socialistas es inútil hacer nada, ya que el gobierno está en funciones. Así que la culpa es de Pedro.
  • Los socialistas exigen al gobierno que expulse de España a las avispas y avispos, y pida una indemnización a la señora Merkel, puesto que los avispos y avispas vienen directamente de Alemania.
  • El sector radical del partido animalista sale en defensa de las avispas y exige que se respete su derecho de tránsito por los países de la unión europea. El sector moderado de esta formación política pide que avispas y abejas se sienten en una mesa de negociación y lleguen a un acuerdo para salvaguardar los derechos de las dos partes.
  • La izquierda comunista protesta enérgicamente porque las avispas visten de rojo y amarillo. "Es evidente —aseguran— que se trata de propaganda encubierta cara a las próximas elecciones (y a las siguientes).
 Y yo, que no sé nada de estas cosas, me propongo utilizar la invasión de las avispas como metáfora Dios sabe de qué. No descarto que aparezca en alguna meditación de los próximos cursos de retiro que predicaré a partir del próximo mes.

martes, 6 de septiembre de 2016

Contactos de investidura

—Hola, Pedro.—Qué tal por ahí…
—Fatal, chico: hace un calor de muerte.
—Pues anda que aquí…
—Ni te imaginas: 36 grados, en plena Sierra, a 1200 metros. 
—No te quejes, que aquí no bajamos de los 40. 
—Pero tienes la brisa del mar. En La Sierra se te secan hasta las ideas. 
—El calor húmedo es peor. 
—Que te crees tú eso. 
—Vale tío, ¿y tu mujer?, ¿yo los niños?, ¿bien? 
—Sí. Dicen que tiene calor. 
—Tráetelos a la Sierra. Aquí se duerme por la noche. 
—Aquí uno duerme y suda todo el día. 
—Lo ves. Te quejas por nada. 
—40 grados, macho. 
—Pues aquí 36. 
—Mucho cuento es lo que tienes. 
—Bueno, y de lo otro qué… 
—Joé tío, que no. No es no. 
—Refréscate un poco. A ver si baja el termómetro y te aclaras. 
—Vale, si eso te llamo y nos tomamos algo.



domingo, 4 de septiembre de 2016

Se fueron las rosas



Hablé el viernes de las diez rosas que había en el rosal de mi jardín.  Las calumnié llamándolas "viejas", pero no lo eran. Sólo un poco despeinadas por culpa de la tormenta.
Ayer por la mañana desaparecieron las diez. A mí me servían para contar con la vista las avemarías del Rosario. 
Las he encontrado en el oratorio. Allí están sobre el altar, rejuvenecidas y recién peinadas. Es su mejor destino. Pensé hacerles una foto, pero cambié de opinión. No sea que se me pongan vanidosas.

Santa Teresa de Calcuta




Desde hace una hora ya hay otra Teresa en el santoral de la Iglesia; es una monja menuda, humilde, con una sonrisa permanente en los labios. Fundó la Congregación de las Misioneras de la Caridad y cuidó con ternura de madre a los más pobres de los pobres.
Os invito a leer alguna de sus biografías y a dejaros seducir por la santidad de la Madre Teresa. 

sábado, 3 de septiembre de 2016

Sondeos




Terminado el segundo acto del gran paripé parlamentario, vuelven los sondeos de opinión, siempre tan útiles para que las empresas encuestadoras cobren una pasta por equivocarse.
Hoy, en la meditación de la mañana me he referido a un extraño sondeo; el que encargó Jesús de Nazaret por tierras de Cesarea de Filipo. El Señor hablaba con los apóstoles:
—¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Si los discípulos hubiesen sido unos profesionales rigurosos no habrían contestado como lo hicieron:
—Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; otros, Jeremías o alguno de los profetas.
No, chicos, no. Ésa no es forma de responder. Deberíais haber sido más precisos:
—Verás, Maestro; el 38 por ciento opina que Juan Bautista; el 17 por ciento optan por Elías; Jeremías, sólo el 11 por ciento con tendencia a la baja. Otros grupos minoritarios se inclinan por profetas de serie B, y el número de los indecisos crece con respecto al último sondeo. Así que lo más probable es que seas el mismísimo Juan Bautista resucitado. Todo con un error de + - un 3%
Yo me preguntaba cómo responderían nuestros insignes diputados si les hiciésemos la misma pregunta. Sospecho que habría un altísimo porcentaje de esos que "no saben/no contestan", mayormente para que nadie sospeche que aún recuerdan el viejo catecismo que estudiaron de niños. Otros, muy seguros de sí mismos, levantarían el dedo índice y dirían que Cristo es el punto Omega del universo, el fin de la evolución de los mamíferos evolucionados, el primer revolucionario de la historia, el poeta ecologista que luchó contra calentamiento global, el amigo de los animales y enemigo del Ibex, el que siempre se opone al progreso, el represor de las libertades, el símbolo de todas las injusticias…
Supongo que estoy exagerando. Tal vez alguno respondería con Simón Pedro: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
Bueno, pues de todo esto me habría gustado charlar esta mañana.
 
 

viernes, 2 de septiembre de 2016

La música de la tarde


Salgo al jardín a las 4 de la tarde con el rosario en la mano. Sobre la montaña, hacia el norte, crece y crece una nube gris mientras canturrea en su interior. Es una música grave y dulce. Creo que trata de anunciar la llegada de la tormenta, pero lo hace con tanta delicadeza que apenas rompe el silencio. Puedo oír el susurro de los insectos, el vuelo de una mosca, el de los mosquitos y la lejana sinfonía de los abejarucos que se despiden cantado en su viaje hacia el sur.
Ahora suena un claxon tan distante que lo más probable es que venga de otro planeta. El mirlo camina a mi lado de puntillas, y sus pasos —quién me lo iba a decir— se me antojan repiques de un tambor sobre las baldosas.
Me gusta este mutismo rumoroso y apacible de la Sierra. El silencio absoluto da miedo; es la nada. Aquí me veo rodeado de vida: de plantas, de insectos, de aves. Y oigo música de Ángeles. Porque la Acebeda tiene también su ángel guardián. Yo sé que, a diez metros, hay millones rondando a Jesucristo en el Sagrario. Seguramente mi Custodio está con ellos haciendo la Visita al Santísimo que yo aún no he podido cumplir.
En el jardín hay sólo un rosal con diez rosas viejas. Ojalá consiga multiplicarlas con las rosas de mi Rosario. Seguro que me distraigo, como siempre, con todo lo que vuele a mi alrededor.
Empiezo. Hoy tocan los misterios dolorosos.

 

jueves, 1 de septiembre de 2016

El chubasquero de Catalina


Dicen que las aves predicen con exactitud la llegada de los huracanes y los tornados. Al parecer huyen 24 horas antes y se ponen a salvo. Claro que esos fenómenos meteorológicos no son frecuentes en España. Aquí, en la Sierra de Madrid, los pájaros anuncian a su manera la llegada de las tormentas. La golondrina Catalina, que anida bajo el tejadillo donde guardo el coche, me lo estaba advirtiendo.
—¿Por qué te picoteas tanto, querida hirundo rustica?
(Debo advertir que, cuando charlo con las aves, siempre las llamo por su nombre científico, a no ser que tengamos confianza y nos tuteemos).
—No me picoteo, amigo. Trato de untar mis plumas con la grasa que extraigo de mi glándula uropigial, que, como deberías saber, está bajo el obispillo. Me estoy fabricando un chubasquero, querido córvido.
—¿Quieres decir que va a llover? Tenemos un sol esplendoroso.
Catalina no respondió. Cinco minutos después el cielo se encapotó bruscamente y sonaron los timbales del trueno. Una bandada de escandalosos rabilargos sobrevoló el jardín. El mirlo desapareció en su cueva y, antes de que tuviera tiempo de plegar el toldo, cayeron las primeras gotas.
Termina el primer día de la convivencia. Ha dado dos clases de teología y no se me ha dormido nadie. Por la mañana, en la meditación,  he hablado de la necesidad de aprender, de crecer siempre, porque la formación sólo terminará en el Cielo.
Las menos jóvenes sonreían. El resto también.

Recomenzar


A media hora de Madrid —sin perder puntos en el trayecto— me planto en La Acebeda, una casa de Miraflores de la Sierra a 1.200 metros de altura sobre el nivel del mar. Son, al menos 4 ó 5 grados menos de temperatura y un paisaje de montaña bastante más grato que el que veo cada día desde mi casa.
Debo atender una convivencia de mujeres de la Obra, que serán mis vecinas durante los próximos 15 días. Yo ocupo una zona de la casa destinada al sacerdote, con entrada independiente y un mínimo jardín amurallado.
No tengo televisión, pero sí wifi, aunque uno no pueda fiarse: telefónica suele gastar  frecuentes bromas a los usuarios y en cualquier momento uno puede quedarse sin cobertura.
Me propongo escribir algo cada día y recuperar en lo posible el tiempo perdido. Que nadie se alarme; no diré media palabra sobre la investidura. Tendré que redactar un par de artículos para mi sección de Mundo Cristiano y seguiré estudiando Derecho Romano, que es mi última chaladura. En la carrera me dieron Matrícula de Honor en esta materia, pero siempre pensé que debía volver a estudiarla para poder lamentarme mejor del estropicio que nuestros legisladores y jueces han ido perpetrado en Europa durante el último siglo.
También daré clases de Teología y de Derecho Canónico; pero sobre todo conversaré con los pájaros de la zona y seré testigo de la migración de otoño, camino del sur.
Necesitaba esta cura de soledad. ¿Me acompañáis?