En otro tiempo, los acuerdos y las
reconciliaciones se sellaban ante notario o con un apretón de manos. Ahora
basta una sonrisa y un selfi.
Cuando Rivera, Rajoy y Sánchez decidan
navegar en el mismo barco por el bien de España y de sus respectivas cuentas bancarias,
se harán un selfi junto a los leones del Congreso.
¡Qué buen momento el verano para selfitear!
¿Por qué no aprovechamos estos días para pedirnos perdón, perdonarnos y
hacernos un selfi con los que fueron
nuestros enemigos íntimos mirando fijamente a las perseidas, que vuelan estos
días por el firmamento? En este año jubilar de la misericordia hacerse un selfi
puede ser un signo de reconciliación y de esperanza.
Yo quiero hacerme un selfi con Cloti, una
gentil lectora anónima —a la que he dado ese nombre para aclararme—, que me insulta
un par de veces por semana y persevera desde hace meses, a pesar de que nunca
he publicado sus comentarios. Algo malo habré hecho para merecer su
atención y sus vilipendios durante tanto tiempo.
Pienso en Cloti y seguramente la
idealizo en mi imaginación. La supongo joven —de unos treinta años—, más bien
gordita, tímida en la intimidad y locuaz en las redes; quizá funcionaria, ya
que escribe todos los lunes a las 9 de la mañana desde la oficina. Presumo que
juega a cazar pokemons por la calle y a resolver herméticos solitarios en el
trabajo.
Querida Cloti, si por fin de animases a
dar la cara, iluminándola con tu mágica sonrisa, podríamos hacernos un selfi en
cualquier parada del autobús. Ya verás; seremos amigos para siempre.