El
CIS, tras complejas investigaciones sociológicas, ha concluido que, para
descansar, lo que más nos gusta a los españoles es ir-por-ahí-a-dar-una-vuelta. Ignoro cuánto se han gastado en
realizar el estudio de campo, pero yo se lo habría dejado a muy buen precio y
habríamos llegado a la misma conclusión.
Dar
una vuelta, un garbeo, un voltio, un paseo —que de mil formas puede decirse— es
saludable deporte para las noches de verano, cuando la calor se aplaca, la
cerveza refresca, las estrellas tiritan en el cielo y los pájaros escuchan en
silencio los gritos fantasmales de las rapaces nocturnas.
No
entiendo por qué no están abarrotadas las calles de Riaza a esta hora. En mis
años sevillanos recuerdo muy bien que las diez de la noche era la hora de
salir, la hora del pescaito frito con cruzcampo, la hora de las guitarras en la Plaza de doña
Elvira y del jaleo flamenco junto al Río.
Por
entonces yo aún no había descubierto los pájaros. A duras penas distinguía un
gorrión de una paloma torcaz. Hoy, a falta de juergas flamencas, me conformo
con despertar a las aves de la zona y conversar con ellas sobre los temas de
actualidad: Grecia, Iker Casillas, la ola de calor…
Confirmo
que, en efecto, las cotorras están invadiendo esta zona de Castilla la Vieja.
Ignoro si son argentinas o cotorras de Kramer, porque aún no he tenido ocasión
de observarlas de cerca, pero en todo caso, se trata de inmigrantes ilegales
sin papeles, que chillan para hacerse notar, resisten todos los climas y comen
como limas en cualquier ecosistema. Me pregunto si habrá que repatriarlas como
a los subsaharianos y devolverlas a sus países de origen alegando que perturban
nuestro precioso ecosistema europeo. No parece fácil: poner puertas al campo es
complicado, pero aún lo es más ponerlas en el Cielo.
Ya
veis. Tengo poco que decir. Las aves, por regla general, son tímidas, escondidizas
y de pocas palabras. Hoy las cotorras me han hecho pensar en los inmigrantes
que se agolpan en las costas de Italia, sin más papeles que el hambre. Queramos
o no, entrarán hasta el fondo. Y a lo mejor limpian la atmósfera sucia de este
viejo continente.
Los
países caen, los imperios desaparecen, las grandes alianzas se fragmentan. Sólo
Cristo permanece y se renueva por los siglos de los siglos.