La
mirada que embellece
Señora del Toboso, Emperatriz de la Mancha, idolatrada Dulcinea, dueña del corazón más noble e indómito que conocieron los siglos: el de el Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, también llamado "el Caballero de la Triste figura"; permíteme que hoy me postre a tus pies y que, después de confesar que no hubo ni habrá en las Españas nadie que te iguale en hermosura, revele a los cuatro vientos el profundo secreto de tu belleza.
Miguel de Cervantes, que fue el mejor cronista de las aventuras y desventuras de tu Señor, no supo apreciar tu garbo y donosura. Es cierto que no te deshonró con su prosa, pero te presentó torpemente a los lectores, sin guardarte el respeto debido:
Así lo relata en el primer capítulo de su libro: …y fue a lo que se cree que en un lugar cerca del suyo, auía una moza labradora de muy buen parecer, de quien en un tiempo anduvo enamorado (aunque según se entiende ella jamás lo supo ni se dio cata dello). Llamábase Aldonza Lorenzo, y a éste le pareció bien darle el título de señora de sus pensamientos.
Acierta Cervantes al insinuar que en la vida de un caballero andante no puede faltar nunca una dama. ¿Qué sentido tendría salir a los caminos, solo, cabalgando a lomos de un jamelgo, para liberar cautivos, enderezar entuertos, batallar contra gigantes y escapar de las trampas y hechizos de malandrines y encantadores, si el caballero no tuviese tatuado en la piel del alma el retrato de su Reina?
Debemos decir por tanto, hermosa Dulcinea, que tu Señor Don Quijote amó primero el ideal de una vida de caballero y creó un escenario, un entorno mágico del que tú formabas parte, para que esa vida fuera posible. No te aflijas si te digo la verdad: no fue tu amor lo que llevo a Don Quijote a la aventura; fue la aventura la que le llevó al amor.
No pienses que eso te sitúa en un segundo plano. Don Quijote, al entregarse sin condiciones a su vocación de aventurero trotamundos, recibió de lo alto una mirada limpia como su espada e irresistible como la fuerza de su brazo. Tú te dejaste abrasar por ese fuego, el más ardiente y enamorado que haya existido en Castilla, y supiste que la mirada del caballero había producido el milagro: tu cuerpo de aldeana se transfiguró por mor de tu alma de princesa. Eras Aldonza Lorenzo, "moza de chapa, hecha y derecha, y de pelo en pecho", según la tosca descripción que de ti hizo el bueno de Sancho Panza; pero bastó la chispa del amor para que apareciera Dulcinea del Toboso con todo el esplendor de una reina.
Te confieso, querida Dulcinea, que, mientras escribo estas líneas con la esperanza de que puedas leerlas en el Cielo de la literatura, me invade un punto de melancolía. En el siglo XXI, que es la época que me ha tocado vivir, esas miradas limpias y embellecedoras están en serio peligro de extinción. Don Quijote nunca osó describir vuestra anatomía. Habría sido una vulgaridad impropia de un caballero. No sé si eres alta o menuda, de rubios y luminosos cabellos o morena azabache. Por no hablar de otros pesos y medidas tan frecuentes ahora en el mercado donde se trafica con lo que llaman amor.
Siempre ha habido miradas que envilecen a quien las lanza y humillan a quien las recibe. Hay miradas torpes, babosas, que confunden el deseo más elemental con el amor más sublime, y me temo que en eso estamos. Hombres y mujeres de este siglo parecen resignados a ser sólo objetos de deseo o animalitos de exposición.
Me decía un amigo que se había enamorado de su novia —una chica de familia adinerada— "sobre todo por sus piernas".
—Más vale que te enamores por su patrimonio —le contesté—: te durará más.
Me avergüenza haber escrito este último párrafo. No me lo tengas en cuenta, hermosa Dulcinea. Además aún siguen existiendo esas miradas que hermosean, ennoblecen y hasta acercan a Dios, que es todo Amor. ¡Las he visto tantas veces!¿Acaso no es la santidad sólo dejarse mirar por Dios?
Recuérdame, princesa, que escriba sobre esto en un próximo e-mail?